sábado, 25 de junio de 2016

Siguiendo las huellas del crimen. Primer festival de novela negra en San Luis Potosí

En un marco inmejorable, se llevó a cabo en el Centro de las Artes de San Luis Potosí el Primer festival de novela negra en esta ciudad del 17 al 19 de junio de 2016, auspiciado por la Secretaría de Cultura del gobierno federal, el Instituto Nacional de Bellas Artes y el propio Centro de las Artes de San Luis Potosí, que, como sabemos, se ubica en lo que fue una antigua penitenciaría.

Tuve la oportunidad de asistir a uno de sus talleres denominado La novela negra y el guión cinematográfico, coordinado por el escritor y guionista Joaquín Guerrero-Casasola, donde pudimos apreciar la disección de una novela negra, sus componentes y algunos tips para lograr una historia que atrape al lector. Pudimos, de igual forma, apreciar los formatos de guión para televisión y para cine, para los cuales tuvimos la consigna de utilizarlos para un pequeño guión de tan solo 3 escenas y demostrar que adquirimos las nociones básicas del guión.

En las conferencias magistrales que se llevaron  a cabo, estuvo la participación del escritor argentino Federico Axat mostrando el panorama de la novela negra en su país, mencionando que la mayoría de los escritores de este género situaban sus historias fuera de la Argentina, y que lo veían como algo natural ya que la nación está conformada por inmigrantes, en su mayoría por italianos y anglos. Reveló que sus historias las sitúa generalmente en Estados Unidos por comodidad, ya que esta cultura está más que asimilada por el mundo y no tiene que explicar muchos asuntos que se dan por sentado.

Durante la presentación de Val McDermid, veterana escritora inglesa, relató algunos detalles sobre la elaboración de sus obras: el proceso de documentación, de investigación en archivos y a través de fuentes de primera mano, como lo es la entrevista, para lograr recrear una historia pormenorizada tanto desde la visión del criminal como del investigador encargado de resolver el caso. Sugirió a los incipientes escritores de novela negra no detenerse a los dos o tres primeros capítulos: nunca van a ser perfectos. Lo ideal, mencionó, es escribir la novela por bloques, corregir y seguir escribiendo, pero no detener demasiado el trabajo creativo.

En lo que fue la sesión más nutrida y entretenida, se presentaron los reconocidos escritores mexicanos Paco Ignacio Taibo II y Élmer Mendoza, en cuya presentación llamada Secretos de cocina revelaron sus peculiares métodos de escritura, los cuales, extrañamente, dijeron no recomendar seguirlos. Paco Ignacio abrió el match, señalando que trabaja en varios proyectos al mismo tiempo, comenzándolos para posteriormente echarlos al clóset (de corazón amplio y generoso, dijo) y regresar después a ellos para desarrollarlos. Con su característico humor ácido y aderezado con consignas de tipo político, relató las historias sobre las que trabaja actualmente. Por su parte, Élmer Mendoza, trajo a cuento que la primera frase da pie a toda la historia, que permite que los personajes lo vayan llevando a través de la misma, y que rara vez él sabe en qué terminará la historia. Subrayó que tiene un compromiso con el lenguaje, el coloquial, el de todos los días, el de la calle, y el que utiliza para narrar sus historias. Generalmente, dijo, trabaja en dos historias, que le permite intercalar el trabajo y descansar una historia mientras desarrolla otra, y volver en otro momento a atacarla.

Ficción y realidad del crimen fue el tema de la intervención de las escritoras mexicanas Cristina Rivera Garza e Iris García Cuevas, en cuyo diálogo expusieron de qué forma son tomados los acontecimientos para nutrir las historias de ficción, y concordaron en que ésta es increíblemente superada por la realidad. La conversación derivó en la cuestión de género y el rol al que es obligada a la mujer a desempeñar por la sociedad, tanto en las letras, como en el ámbito profesional y social, teniendo diferentes opiniones al respecto.

De nacionalidad inglesa, las escritoras Clare Mackintosh y Mari Hannah, introdujeron en su intervención una perspectiva de la novela negra en su país y de su obra con la peculiaridad de que ellas mismas fueron investigadoras profesionales en instituciones de procuración de justicia y dieron el paso hacia la literatura tomando elementos de su propia experiencia.

Sebastián del Amo, guionista y director de cine, comentó acerca de su próximo proyecto que tiene mucha relación con el género negro. Se trata del remake de la película El complot mongol del escritor Rafael Bernal, considerado por los seguidores del género como el génesis del mismo en México en los años sesentas. Expuso varios detalles sobre su próxima realización a principios del 2017, entre los que destacó la ambientación del barrio chino de la ciudad de México en los que se desarrolla la historia, el elenco, el cual tiene un fuerte atractivo de taquilla, y el equipo técnico que lo acompañará en esta esperadísima producción.

En una interesante mesa de reflexión que integraron el especialista Vicente Francisco Torres y los escritores F.G. Haghenbeck y Élmer Mendoza, moderada por el narrador José Ramón Ortiz, realizaron una síntesis de la historia de la novela negra en México, reconociendo a Rafael Bernal como el iniciador de este género en nuestro país, pero reconociendo que anteriormente a él ya se habían realizado obras aunque no iban etiquetadas como novela negra, por las repercusiones que esto podría traer, políticamente hablando. Haghenbeck identificó tres momentos en la historia de la novela negra en México: 1) Rafael Bernal y su generación, el cual se ve interrumpida con la muerte del escritor; 2) la irrupción de Paco Ignacio Taibo II en los años setentas y algunos autores más cuya obra se está revalorizando ahora, sobretodo provenientes de la capital del país; y 3) la generación que emerge a finales del siglo pasado, y cuyo ariete es Élmer Mendoza.

Además proporciona referencias sobre el contexto en el que aparece esta generación: el coto príista en la presidencia está a punto de desaparecer, dados los hechos violentos de la primera mitad de la década de los noventas, Paco Ignacio Taibo II publica su última novela policiaca para dedicarse a la novela histórica con tintes políticos y la incursión de Élmer Mendoza, quien se asume como escritor de novela negra, teniendo como escenario la incipiente lucha contra el narco y narcos contra narcos, y que intitula a un nuevo subgénero: la narconovela.

Élmer Mendoza, por su parte, da cuenta de lo que se está escribiendo actualmente en este género, enfatizando que, durante sus talleres y seminarios en universidades del norte del país, quienes asisten en su mayoría son mujeres y declara que son quienes poseen una visión distinta y su tratamiento de los temas son muy interesantes, por decir lo menos. Haghenbeck reafirma esta aseveración, concluyendo que lo mejor que se escribe en este género proviene del norte del país, muy a pesar de los escritores chilangos.


Se mencionaron nombres como Imanol Caneyada, Iris García Cuevas, Antonio Ortuño, Bernardo Fernández BEF, Bernardo Esquinca, Andrés Acosta, Antonio Malpica, entre otros, los cuales dan indicios de que la novela negra en México está en buena forma y que su futuro es promisorio, y muestra de ello es la realización de este Primer Festival de Novela Negra – Huellas del Crimen en San Luis Potosí, que está previsto por los mismos organizadores, se erija en el Gijón mexicano de los próximos años.

domingo, 1 de mayo de 2016

Los niños como futuros lectores

*Texto publicado en la columna "Bitácora del kamikase" del Suplemento Cultural Expresso del diario Correo de Guanajuato, el 22 de diciembre de 2007.

Quienes hemos estado en contacto con niños, como padres o como maestros, sabemos que una de sus peticiones más comunes es que les contemos un cuento. Mediante la narración, el niño se transporta al país de las hadas o al de los piratas; estas imágenes lo acompañan durante la mayor parte de la etapa del juego imaginario.

El niño siempre quiere más: las historias infantiles pueden ser infinitas. Estos personajes y estas aventuras serán referentes constantes de sus vidas. Es tarea de padres y educadores crear el nexo entre esas historias contadas a los niños y la posibilidad de que ellos mismos sean sus propios narradores a través de los libros. Es un hecho que en algún momento el niño en etapa escolar pierde el interés por los cuentos.
Esto ocurre por que la lectura ha pasado de ser algo lúdico y de libre elección en convertirse en una más de las obligaciones escolares. La selección de lecturas de los planes escolares difícilmente logra que los alumnos se involucren en las historias o se identifiquen con los personajes. Si la actividad no se goza es poco factible que se convierta en un hábito. Es recomendable que el día a día de la vida escolar incluya visitas a librerías y bibliotecas. Los niños deben ver al libro como un juguete más. El libro como objeto de diversión, como aliado en las tareas y como compañero en la cotidianidad. 
En la medida en que esto ocurra podremos garantizar que los jóvenes lectores, al paso de los años, conserven el hábito de la lectura. Es necesario revisar los métodos con los que los docentes inducen a los alumnos a leer. Tener más libros no garantiza la formación de más lectores, por esto, se requiere redefinir la relación entre los educandos y las bibliotecas de aula. Al parecer ni las historias ni el contexto de los títulos de las lecturas incluídas en los planes escolares despiertan la afición lectora entre nuestros niños. Las primeras aproximaciones a la lectura deberían ser amigables con el lector, ya que no se puede dejar de lado el interés de los niños.
¿Por qué consentimos que exista la diferencia entre aprender a leer y aprender a bien leer, entre aprender a escribir y aprender a discernir? El Estado debe crear un programa a largo plazo el cual necesariamente debe comenzar por educar a niños, padres y maestros. Por ahí debería comenzar la cadena: invirtiendo en educación, en un futuro mejor preparado para entender, apreciar, disfrutar y, por qué no, crear obras literarias. Contrario a lo que se piensa, la inversión por parte del Estado en materia de educación no es poca cosa. México es el país de América latina que más recursos invierte en educación per cápita; sin embargo, los resultados no han sido los esperados y por ello se aprecia como si estos recursos no fueran los suficientes. En algún punto del proceso educativo se está fallando, por falta de capacitación, negligencia, e incluso, por razones políticas.
Por eso, la insistencia en un programa que contemple la manera de enseñar a los niños a disfrutar de la literatura. En Europa y Estados Unidos las bibliotecas están llenas de niños. ¿No podemos hacer nosotros que pidan ir a la biblioteca a escoger lo que quieren leer? Estoy convencido de que si preparamos a fondo a los niños, de que si damos a los maestros las armas para que puedan transmitir el placer que brinda la lectura, la oferta, que es desbordante, tendría su demanda completa.

jueves, 21 de abril de 2016

El Quijote clásico, ¿lector contemporáneo?

Clásico es un libro que la mayoría coincide en señalar que es importante, quizás imprescindible, pero del que no se sabe a ciencia cierta por qué. No es que falten las razones, más bien sobran. Las lecturas que se han hecho del Quijote sugieren la plasticidad que tiene un texto clásico para adaptarse a cosmovisiones muy diversas, incluso a veces para sobrevivir a ellas.


Toda edición del Quijote debería venir con una advertencia que indicara ya desde la portada lo que ocurrirá cuando abramos el libro y respiremos el perfume que se desprende de sus páginas. Algo como una calavera sobre un par de tibias, o la figura de ese hombre fulminado por un relámpago.

La primera línea del libro es única, novedosa y paradójicamente inolvidable, ya que solamente exige el consuelo del olvido. “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” no es otra cosa que una forma sublimada de la memoria. Un arranque que persigue el olvido.

Nadie puede explicar lo inexplicable, sin duda. Y es esta imposibilidad de limitarlos y de encasillarlos la principal característica de los verdaderos clásicos. Las grandes obras, aunque parezcan dóciles, siempre se niegan a ser manipuladas y no resulta fácil adaptarlas a otras costumbres y territorios. Así, lo verdaderamente universal es aquello que nos da a conocer un nuevo mundo para apreciarlo como corresponde.

El caso del Quijote es muy extraño al provocar comportamientos tan extremos como los de su protagonista en muchos de los que se acercan y se acercaron y, seguro, se acercarán a sus páginas.

El Quijote es una suerte de Big Bang en reversa: una implosión de múltiples lecturas antiguas que confluyen en el punto de energía pura de un solo libro nuevo que, otra vez, explota. Para el Quijote, las venerables novelas de caballería funcionan como puertas a otras dimensiones.

Don Quijote es aleccionador, es sinónimo de caerse una y otra vez del caballo de la fantasía para ir a dar al durísimo suelo del verdadero ridículo. Don Quijote es como uno de esos comerciales contra la droga o contra conducir a alta velocidad donde se pregunta a los padres si saben dónde y con quién están sus hijos en esta noche larga y oscura. Don Quijote es aquello que te puede llegar a ocurrir si te pasas de la raya y del semáforo.

Todo tiene algo que ver con la novela de Cervantes. He ahí el mérito y el poderío de los grandes libros: el de relacionarse sin problemas con la realidad a partir de una ficción particular, estar en todas partes, entrometerse con éxito más allá de sutilezas de traducción.

El estilo de Don Quijote es decididamente anti-heroico y precursor a la hora de la victoria perdedora. Pensar en el Quijote como en una épica del fracaso, pero épica al fin. En la triste figura de un caballero como apología de la derrota pero, también, como burla y alternativa a lo que ya comienza a ser la cultura del éxito, incluso a principios del siglo XVII. Pensar en el Quijote como un libro triste pero gracioso y como en una novela profunda pero entretenida.

Cervantes creó el estandarte de un perdedor que se niega a distinguir entre los libros y la vida y que quiere encontrar el mito fuera de los libros. Arrojó el tablero y cambió las reglas del juego para siempre proponiendo un nuevo plano de lectura. Un flamante sistema literario.

Don Quijote nace de una biblioteca y el Quijote es un libro hecho de libros. Y cada quien tiene su capítulo favorito del Quijote, como todos vuelven una y otra vez a un salmo o a un hexagrama.

Suele ocurrir que al intentar una primera lectura de la novela rebotemos sin gracia alguna contra las aspas de la primera página y caer de nuestra cabalgadura. Los grandes libros nos rechazan hasta que nos sientan dignos de ellos.

Al leer al Quijote, leemos al mismo tiempo todo lo que el Quijote leyó y el efecto que esas lecturas causaron en él. Y leemos también el modo en que estas lecturas produjeron en Cervantes la necesidad de releerlas al reescribirlas.

El Quijote es una novela donde se queman novelas. Es la hoguera misma donde arden las viejas tradiciones y es la resulta de un nuevo orden. Es el meteoro que viene de un espacio más interior que exterior pero que termina incrustándose en la superficie del planeta, en un lugar de la Mancha del que ya no me acuerdo.

La lectura es un acto creativo. Al leer al Quijote cada quien encuentra lo que busca, y cada uno consigue un punto de partida para crear su propia obra.

miércoles, 20 de abril de 2016

Energía vital en equilibrio: La vida, el tiempo y la muerte 4ª parte

Como la vida, la muerte, desde el punto de vista biológico, también será definida de una forma arbitraria, partiendo de la base de que los seres vivos poseen ciertas propiedades. Estas propiedades son su capacidad para crecer, alimentarse, reproducirse, renovarse, moverse, responder estímulos y cambiar. Estas capacidades no son infinitas. Están limitadas por el desgaste que el tiempo va produciendo en las células, en los tejidos y en los órganos.
Las fuerzas vitales disminuyen poco a poco, y con ellas, la actividad del organismo y sus defensas contra la infección y la enfermedad. La vida declina lentamente. Aun en el caso de que no intervenga ninguna causa circunstancial, ningún accidente o enfermedad, ésta, tienen un fin inevitable: la muerte.

La muerte se caracteriza por el cese de las correlaciones funcionales que aseguran el mantenimiento de las constantes químicas del medio interno. En el hombre, este momento no es fácilmente determinable, pues la detención de un latido cardíaco o de la respiración, considerados antes como signos característicos de la muerte, no lo son hoy, cuando los avances de la técnica médica, permiten, en ocasiones, devolver a la vida a un organismo cuya actividad cardíaca o respiratoria ha cesado.

No hay mucho que hacerse respecto a la posible duración de la vida humana; pero, en cambio, sí puede hacerse mucho, y ya se ha hecho, a la duración efectiva de ella. Puesto que la posible duración de la vida no ha variado, estos cambios significan que las condiciones de vida han mejorado.

El problema de la muerte es el más inexorable con el cual se encuentra el hombre. Los progresos de la medicina actual y los espejismos de la estadística hacen pensar al que vive en la sociedad de bienestar que la vida puede prolongarse indefinidamente, puesto que se ha prolongado la edad media de los seres humanos.

El hombre moderno se empeña en olvidar que en la naturaleza existe una regulación por la cual se impide que se presente los problema de sobrepoblación. Freud se preguntó alguna vez si no existía un instinto de la muerte como existe la libido o instinto para el amor, y su respuesta fue que hay un principio universal que determina que lo orgánico está condenado a convertirse en inorgánico, es decir, la vida en muerte. La vida del hombre, pues, está sometida a dos grandes principios: el del desarrollo de su propia historia personal y el principio de repetición o del eterno retorno.

Lo más importante, desde el punto de vista humano, es distinguir entre el conocimiento que se tenga de la muerte y la experiencia o el presentimiento de ella. En el hombre existe una ambigüedad radical: por una parte, se halla su deseo de conocer los hechos y, por otra, la negación de los mismos, como se ve en la negación de la muerte posible.

El hecho cierto es que no puede encontrarse el hombre como ser natural, como ser social, inclusive es un problema teológico, en el cual la conciencia de la muerte debe estar inmanente siempre durante toda la vida, sin ser rechazada.

Nuestro crecimiento es comenzar a morir y la vida está desplegada siempre en torno a ese momento.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Energía vital en equilibrio: La vida, el tiempo y la muerte 3ª Parte

Todas las cosas tienen su tempo, su ritmo vital. Inclinados a proyectar sobre lo que nos rodea nuestro propio mundo, medimos la existencia de los otros seres por años, por días o por horas. Pero ¿qué significado tiene el tiempo para esos seres?

Una visión del tiempo en función de lo psicológico sería: sin alma humana, no hay tiempo. Así, inducido a considerar la existencia de dos maneras de tiempo, reflexiono: La ley del tiempo como cambio o mutación, y la del tiempo como medida. En la primera, la conciencia del hombre se enajena, mientras que en la segunda aumenta la agudeza de su inteligencia. La ley del tiempo como cambio, impide poner límite a cada uno de sus elementos.

Reconozcamos que la afirmación no sería exacta y que no debemos creer que el movimiento y el accidente resulten necesarios a la temporalidad. La medida objetiva del tiempo es independiente de lo que ponemos en ella. Hay horas y minutos que el hombre cuenta con un reloj en la mano, impaciente, y, por lo tanto, con un contenido de conciencia cifrado en una sucesión de instantes como el movimiento del reloj. Se da en ocasiones una disposición en que el contenido de la conciencia es sucesivo dentro de una medida aproximadamente simultánea, es tal en la curiosa sensación que los psicólogos llaman “de ya vivido” o déja vu.

Así ocurre en nuestros sueños, cuyo desarrollo parece haber tenido efecto durante una noche entera, cuando en realidad se produce en el momento en que el durmiente va a despertarse y que las primeras impresiones de los sentidos empiezan a operar en él.

Ante la imposibilidad de haber un experimento científico y con la idea de que “nosotros hacemos el tiempo”, se ha llevado al tiempo a los terrenos de la psicología. Así, la naturaleza fundamental de nuestra vida psíquica se refiere a nuestra conciencia.

La noción del tiempo se adquiere con el mismo paso de éste. Es decir, no es que nazcamos con esa facultad sino que se va desarrollando desde los primeros años de vida, ya que en la etapa prenatal no se tiene conciencia del yo, mucho menos del medio que le rodea. La maduración de este sentido se efectúa por un proceso psicológico, por la puesta en marcha de grandes sistemas funcionales, gracias a mecanismos de aprendizaje, bajo la influencia de estímulos y de la educación de circuitos funcionales cada vez más complejos, gracias también a un mecanismo, o más bien, a un estado afectivo que crea el placer o el interés por la acción en el medio.

Hay toda una gama de estímulos psicológicos y sociales que revelan, orientan y organizan los grandes sistemas funcionales para la adquisición de la temporalidad. La psicología también contempla la existencia del inconsciente, el cual influye determinantemente en el desarrollo de este sentido. Sin embargo, el hombre aún no explica como funcionan esas capacidades; la memoria, la imaginación y el razonamiento son aspectos que explican, de alguna forma, que la región consciente necesita de “un tiempo que fluye”, desde el pasado hacia el futuro.
Tiempo vivido o tiempo soñado (y no hay propiamente aquí una disyuntiva por que si tal vez “la vida es sueño”, resulta indiscutible que “el sueño es vida”) nos parece más que suficiente para explicarlo. Lo vivido es fuente de enriquecimiento. La adquisición de la temporalidad en un recién nacido se basa principalmente en las necesidades periódicas que tiene. Es evidente que existe un límite en la posibilidad de estimulación del niño, límite determinado por la afectividad. Entre el primer y segundo año es cuando se presenta esta peculiaridad, constituida por la reacción de angustia que el niño presenta a la ausencia de la madre y la presencia de un primer esbozo de identidad (de noción del yo).

Como lo que nos ocupa es la formación y el funcionamiento de la conciencia temporal, debemos reconocer que ésta es algo íntimamente vivido por nosotros mismos. Mientras el tiempo objetivo puede ser representado como un punto que camina en una dirección, el tiempo psíquico es intuido como un ámbito presente. El punto del tiempo que objetivamente dejó de existir sigue en cambio, viviendo en nuestra mente. En él también entran muchos momentos del pasado, a través de los recuerdos y otros del futuro, bajo la forma de previsiones, anticipaciones y esperanzas.

El tiempo entendido como evolución presenta la característica de irreversible. Aquí fracasa el paralelismo entre espacio y tiempo. Mientras que el espacio es reversible en cualquier punto, el tiempo es irreversible y lo que se ha ido con él no tiene vuelta. La sucesión implicada en la noción del tiempo es algo que representa una serie de eliminaciones, un incesante paso del ser al no ser. Cada punto del espacio permanece al lado del contiguo. Cada instante del tiempo se destruye cuando el siguiente instante aparece. Aparentemente, no es sólo que el tiempo aniquile las cosas sino que se aniquila a sí mismo.

Aquí nos toca detenernos ante la consideración de que la realidad de la muerte condiciona la realidad misma del tiempo y postula, en el tiempo, la presencia necesaria de una dirección. Por ello, una de las dos únicas maneras que han tenido los hombre de escapar a la desesperación que esa mezcla no interrumpida de la muerte en cada uno de los momentos les impone, ha sido la de imaginar unos ciclos en la existencia universal, al término de cada uno de los cuales todo vuelva a verse restablecido como el primer día (aquél “Año perfecto” de Platón, Nietzche y su “Eterno recomenzar”).


El contar por épocas, por edades y períodos, a los cuales se asigna una fecha tope de principio y fin, son dejados en el aspecto solo relativo de precisión. Pero al margen de conceptos científicos, filosóficos y psicológicos, otra definición resulta mucho más simple y clara: el tiempo es el medio que emplea la naturaleza para evitar que todas las cosas sucedan a la vez.

sábado, 31 de octubre de 2015

Energía vital en equilibrio: La vida, el tiempo y la muerte 2ª Parte

Los seres humanos tenemos un sentido de la historia. Enfrentamos así el presente, nos preguntamos sobre nuestros orígenes y pasado, y tratamos de predecir el futuro. Somos producto de la evolución: lo último en juegos de azar. Ganar un juego significa seguir participando en otros; hablando biológicamente, los ganadores perpetúan su especie y los perdedores están condenados a la extinción. Es total y no hay segunda oportunidad. Los seres humanos estamos conscientes de nuestra participación en el juego, porque sabemos lo que constituye el éxito.

Los seres humanos, la especie dominante del planeta Tierra, pueden cambiar el curso de los ríos, construir montañas con escombros, crear máquinas que piensan, dividir el átomo y viajar por el espacio. Seguramente no hay nada más impresionante en este planeta que nuestra capacidad para pensar creativamente. Sin embargo, el hombre no tiene una idea precisa de cómo funcionan las facultades mentales que poseemos. Nuestra capacidad para pensar y hablar, atributos que participan, en gran parte, en nuestra conducta cotidiana e histórica (esto es, en la cultura) se desarrollan en un nivel de complejidad exclusivo nuestro. Ciertamente quizá la mayor parte de nuestras tendencias evolutivas importantes sean culturales.

Desgraciadamente, el entendimiento del hombre no cubre los aspectos más intrínsecos de las facultades mentales y solo se concreta a especular sobre sus orígenes o la forma en que obtuvo esas facultades que, ciertamente, no aparecieron por arte de magia, sino que son producto de la evolución.

Al observar los diversos movimientos rítmicos existentes en la naturaleza, en los demás seres vivos y en nosotros mismos, se une la idea del tiempo con la de un número, y así la duración de las cosas pudo fijarse en una serie de cifras que permiten distinguir las diferentes épocas en que los acontecimientos se producen.

Así lo vieron las civilizaciones de la antigüedad e hicieron de esta visión cíclica una forma de vida. Relacionaron estas tendencias de la naturaleza con lo divino y lo cósmico, y lo transformaron en calendarios lunisolares, inclusive su arquitectura se diseñó en base a las manifestaciones de los astros. Los mitos fueron expresiones del tiempo mismo y los rituales eran repeticiones de acciones divinas. Este tipo de tiempo lo consideraban como tiempo del cosmos y era repetible indefinidamente. Un segundo tipo de tiempo era el de la duración que no era sagrado, el de todos los días, que carecía de trascendencia.

Dentro de la tradición occidental el tiempo es visto como “la duración del mundo”, como “la formación de la conciencia”, como “una ley de los fenómenos” y como “la duración consciente”, según la teoría de Bergson que adorna al tiempo como evolución con el elogio de “creatriz”.

Heráclito, sin duda, se equivocaba cuando, traduciendo a la vez la experiencia vulgar y la ciencia experimental nos advertía de que “no nos bañamos dos veces en el mismo río”. Ya en nuestra era, San Agustín y Kant destacan el nexo entre el tiempo y la conciencia, el recuerdo y la esperanza, que llevaron al no-ser de lo pasado y de lo futuro a la esfera de la realidad; el ente toma la forma de la temporalidad al convertirse al ser consciente.

El realismo de Nietzche es la teoría de la apariencia del tiempo. Pero la idea de la realidad del tiempo no fue exclusiva de Nietzche, sino que aparece por doquier. En su forma más clara, se encuentra en Bergson, quien tiene como tema fundamental la realidad del tiempo. Pero también en la filosofía existencial de Heidegger se presenta ésta tendencia.

Newton, por su parte, quiere algo más que describir: tiende a explicar por causas, y ésta explicación salva la parte de verdad que hay en la matematización de la materia. Las discusiones entre la concepción absolutista y relativista del tiempo y del espacio son conducidas con aspereza. Es natural que algunos autores intentaran armonizar las tesis de Newton y de Leibniz acerca del tiempo y del espacio.

Al tratar de encerrar en un concepto la esencia del fenómeno que llamamos tiempo, el hombre se ha enfrascado, entre otras cosas, en definir si éste es un elemento relativo o absoluto. La noción de que el tiempo era absoluto, fue abolida por Einstein en 1905, al pronunciar su teoría espacial de la relatividad. Para Einstein, “el tiempo depende de la rapidez con que uno está viajando”. Según él, “son los eventos los que determinan cuanto más rápido pasa el tiempo, y no a la inversa, como tradicionalmente se había creído”.

Los sucesores de Einstein opinan que “no es el tiempo, sino la velocidad de la luz (299,792 km/seg, en el vacío) lo único absoluto”. Otras opiniones explican que “el tiempo es un instrumento de medida, no un fluido constante o una sustancia”. Consideran que “sin evento no hay tiempo”, lo que significa que él mismo es un efecto secundario de la naturaleza, no una característica fundamental.

Como dijo Lucrecio hace más de 2000 años, “el tiempo no existe por sí mismo. El tiempo no puede concebirse separado del movimiento y de la continua sucesión de los hechos”. Desde un punto de vista humano, resulta tan difícil comprender lo que pueden ser mil millones de años o una millonésima de segundo. Son conceptos puramente matemáticos, pero inimaginables.

El tiempo pasa y desaparece, pero “sería posible caminar hacia atrás en el tiempo”. Teóricamente, sí: viajando a mayor velocidad de la luz. Para ello bastaría situarse en un punto del universo a donde llega en este momento la luz procedente de la Tierra y que salió de ella hace siglos.

No obstante, aunque no sea posible superar la velocidad de la luz, en la naturaleza existe una indicación infalible que proporciona un criterio para distinguir el pasado del porvenir. Esta indicación es el concepto de entropía, que deriva del segundo principio de la termodinámica, el cual limita la facultad de la transformación de la energía.


Así, pues, el tiempo inventado por el hombre, solo puede subsistir entre dos límites bastante restringidos de la entropía. El primero se inició hace millones de años y permitió el desarrollo de la vida de los seres racionales, despertando en su mentalidad la idea del tiempo, y el último se alcanzará fatalmente cuando la entropía adquiera un valor tal que haga imposible la continuación de su existencia.

lunes, 26 de octubre de 2015

Energía vital en equilibrio: La vida, el tiempo y la muerte 1ª parte

El objeto de la biología es la vida. El tiempo es una de las dos dimensiones básicas del universo (la otra es el espacio). En algún momento de nuestra experiencia la mayoría de nosotros nos hemos encontrado con estos conceptos.

Pero ¿qué es la vida? ¿qué es el tiempo? Es necesario desarrollar alguna noción de lo que es la vida, el tiempo y la muerte. En este proceso encontramos que ésta no es tarea fácil y que ninguna definición es del todo satisfactoria, sin embargo, podemos intentarlo.

Para la mayoría es más fácil reconocer la vida que definirla. Tenemos conciencia de que estamos vivos y algún día moriremos. Es importante reconocer que la vida no es una cosa o una sustancia. La vida es una propiedad que poseen los individuos y se caracteriza por la capacidad de efectuar diversos procesos sumamente organizados que interactúan entre sí y ocurren dentro de un marco estructural definido.

Así, la vida, tal y como se ha definido, presupone una serie de procesos que forman un sistema potencialmente capaz de un cambio perpetuo.

Definir y describir la vida en estos términos mecanicistas evita el misterio y descarta el concepto de la existencia de una fuerza vitalista. La razón para evitar este tipo de ideas es que éstas impiden un examen científico de la vida.
La investigación moderna nos ha hecho considerar que la vida es resultado de una complicada evolución que duró centenares de millones de años. Tal evolución solo pudo darse bajo condiciones ambientales muy distintas a las que hoy existen sobre la Tierra (otra atmósfera, temperatura mucho más alta, etc.).

La relación de la energía con el proceso de la vida es el fundamento de la teoría mecanicista, ya que implica a la termodinámica en sus procesos y en su origen al flujo de energía solar.

Como los sistemas vivos están sumamente organizados, para conservar este orden el sistema debe ser alimentado con energía. Cuando una célula viva ya no puede obtener, liberar y usar energía, está muerta. Sin embargo, ninguna máquina o sistema vivo puede producir energía a partir de nada; solo puede transformarla de una forma a otra.

La primera ley de la termodinámica, con frecuencia llamada Ley de la conservación de la energía, establece que cuando la energía se transforma, no se gana ni se pierde ninguna energía. En otras palabras, la energía total del universo permanece constante: no se destruye, solo se transforma.

La segunda ley determina que durante la transformación de energía la cantidad de ésta se reduce y no puede disponerse de una parte de esa energía para realizar un trabajo. Dicho de otra forma, la entropía aumenta. La entropía es un estado desorganizado de la energía, ineficiente para efectuar un trabajo. La conversión de una forma de energía en otra, nunca es 100% eficiente y parte de la energía se libera en una forma inutilizable.

Un organismo vivo es un sistema termodinámico abierto, esto es, hay un constante flujo de energía y materia entre él y el ambiente, un flujo en equilibrio dinámico, lo que suele denominarse estado estacionario. El estado estacionario no se refiere a un estado estático o inmutable, sino a valores que fluctúan ligeramente en torno de un promedio. La conservación del promedio comprende la regulación de entrada y salida, de modo que haya poco o ningún cambio neto. Podemos considerarnos como en una rueda de molino que se mueve continuamente. Para sobrevivir, debemos conservar una posición de equilibrio sobre la rueda de molino, de modo que parezca inmóvil. Tal apariencia de estabilidad (que es la conservación del estado estacionario) solo es posible mediante la adquisición continua de materia y energía. Esto se logra porque la actividad de la rueda está equilibrada por la del organismo: un movimiento hacia a atrás está equilibrado por uno hacia adelante.

Sin embargo, al alejarse del equilibrio surgen las crisis, las cuales han sido estudiadas por la física. Ésta nos hace conocer ese cambio y peligro para explicarnos que los sistemas biológicos están alejadísimos de los equilibrios. El estado estacionario se refiere a sistemas intermedios que son obligados a funcionar continuamente. En las crisis no sucede “cualquier cosa”, sino que son las formadoras de nuevas estructuras, que funcionan de una forma distinta.

Toda la complejidad biológica es producto del Sol. La luz solar es la fuente de la vida. La Tierra recibe continuamente su energía, y lo seguirá haciendo por un período casi infinito. Unas pocas horas de luz solar cada día constituye toda la distancia que media entre la vida y la muerte. Representó la principal fuente de energía en la Tierra primitiva para que se desarrollaran los procesos que dieron origen a la vida y su desarrollo determina un mecanismo preciso para la herencia y el cambio.

Nuestros propios orígenes están en la línea exitosa de la evolución. Puesto que el tiempo es el héroe de esta historia, hubo, sin duda alguna, bastantes oportunidades de que ocurrieran varias interacciones.

Los sistemas vivos se caracterizan por un elevado grado de organización. Haciendo una pirámide para mostrar los niveles jerárquicos en que está organizada la vida, la base estaría constituida por las reacciones químicas, seguidas de las enzimas y las células las cuales conjugan los demás niveles hasta llegar al mental. Es más fácil comprender el concepto de niveles jerárquicos, comparando los organismos con los edificios: las habitaciones son análogas a los niveles de un organismo. Tanto las habitaciones como los niveles tienen límites, con salidas y entradas. Cada una tiene su uso, su función o especialidad particular. Existen leyes que rigen el funcionamiento  de los organismos que tienen como base sus límites, las cuales forman “conjuntos de restricciones coherentes”.


La vida tiene una base estructural y funcional común. Sin embargo, hay otro aspecto en la vida: la diversidad. Cada organismo vivo es distinto y separado de cualquier otro y aquí también se presentan los niveles jerárquicos.
No se necesitan muchos estudios científicos para reconocer que los seres humanos representamos únicamente una fracción del enorme conjunto de animales vivos sobre la Tierra. Ciertos aspectos nos colocan aparte de otros seres. El aumento de inteligencia ha sido de valor adaptativo para nuestra supervivencia dentro de un mundo cambiante y esta capacidad nos ha llevado a entender que la evolución acelera las estructuras, los procesos y las crisis, que el tiempo fluye y que todo esto desemboca en la muerte.